Envejecer es algo que nos pasa desde que nacemos, pero es un proceso tan gradual que solo lo percibimos cuando hay grandes cambios físicos o psicológicos y en particular cuando hay una disminución o perdida de alguna habilidad o capacidad.
Si además hay enfermedad o incapacidad para cuidarse solos, a las buenas o a las malas, entendemos que nuestro rol en la familia ha cambiado, pasamos a ser cuidadores de nuestros padres, a recordarles las medicinas, recordarles pautas de cuidado, acompañarlos a citas médicas para poder tener también una idea clara de los que les sucede o lo cómo se pueden mejorar, etc.
Salen a relucir las relaciones familiares con los hermanos, si hay repartición de tareas y responsabilidades, así como la distribución en el tiempo de cuidado, lo cual muchas veces lleva a conflictos porque ya no es sólo el núcleo familiar base, el que cuenta, sino también las familias de los hermanos y hermanas; así como las circunstancias de cada uno: los trabajos, el cuidado de los hijos aun pequeños, situación económica, etc. En habitual que en esta situación surjan conflictos porque muchas veces este cuidado no se entiende de la misma forma por todos los miembros de la familia.
Esos cuidados, tradicionalmente se entendían como propios de las mujeres: algunas de las hijas o incluso las nueras, y los hombres tendía a desentenderse, pero sabemos que la sociedad ha cambiado, el rol de la mujer es diferente, y hay más consciencia acerca de que la familia y el cuidado de pequeños y mayores es un asunto de todos sus miembros. Sin embargo, todavía hay muchas mujeres que asumen como propios o entienden que es su responsabilidad, que en ocasiones lo viven como una sobrecarga a sus otras responsabilidades, generando sentimientos de frustración, enfado, culpa, etc.
No hay una salida o fórmula mágica para este cambio, varia en función de las capacidades, relaciones y circunstancias de cada familia; lo importante es tomar consciencia de que nuestra vida se ha transformado y que todo cambio requiere ajustes: variación en las rutinas familiares, conversaciones a veces incómodas con otros miembros de la familia, y con nuestros propios padres para entender sus deseos, su voluntad acerca de cómo quieren vivir su vejez; requiere reorganización, búsqueda de recursos familiares, comunitarios y flexibilidad por nuestra parte.
Ayudar a nuestros padres cuando están perdiendo su independencia puede ser agotador física y emocionalmente, así que hay que ser consciente de nuestros propios límites, manejar nuestras expectativas, entender que el cambio es difícil para todos para ellos y para nosotros. Tomarse tiempo libre, desconectar admitir que se esta cansado y trabajarnos los sentimientos de culpa son la mejor manera de cuidar a nuestros padres a la vez que cuidamos de nuestra salud mental y la de nuestra familia.
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