Ir a vivir a otro país es sin duda alguna, una decisión que cambiará nuestra vida, nuestra forma de ser y de percibir el mundo, así como nuestras relaciones con la familia y los amigos. Esta experiencia no nos dejará indiferentes, cambiaremos y en la mayoría de los casos a mejor!
Antes de partir, antes de hacer la maleta, o en el momento de comunicarlo a nuestros seres queridos el miedo puede estar muy presente en nosotros, miedo a lo desconocido… a los peligros, a las situaciones inesperadas en un lugar desconocido que no sabemos si podremos manejar, al ridículo, miedo a la soledad, a perder «lo poco que tienes», al fracaso, a no poder volver atrás, a estar desprotegido y sin dinero, en gran parte… miedo al cambio.
¿Y por qué tenemos miedo?
Hay que empezar por entender qué es el miedo, éste es una emoción básica que le ha permitido al ser humano, sobrevivir como especie, es automático, prepara a nuestro cuerpo, a nuestra mente para reaccionar y tomar las decisiones adecuadas frente a situaciones de peligro. Entendiendo que el miedo es una emoción normal en el ser humano, que nos ayuda a no ser temerarios y a poner en verdadero riesgo nuestra existencia y como lo decía el personaje que interpretaba a esta emoción en la última película de animación de Pixar, Inside-out «otro magnifico día porque he conseguido tener alejada a Riley de los peligros y hemos sobrevivido», esa es su función.
Entonces ¿cuál es el problema con el miedo?
En la actualidad muchos de los peligros que nos acechan no necesariamente son reales aunque la respuesta que se desencadena en nosotros sea similar. Es decir, nuestro cerebro reacciona de forma parecida si el peligro es objetivo «un león hambriento que nos persigue» o subjetivo una persona que «le da pánico entrar a una tienda a pedir algo en otro idioma», las reacciones físicas que se pueden producir, la taquicardia, por ejemplo, se activan de la misma forma y puede llegar a bloquearnos o impedirnos actuar.
En este punto es muy importante comprender el papel del factor cultural y social, tradicionalmente se nos educa en el miedo: a hacernos daño por tanto es mejor «que te quedes quieto» miedo a explorar… «por lo que pueda pasar… no sabes lo que te vas a encontrar», miedo al error entendido como fracaso y no como aprendizaje, miedo al qué dirán, al rechazo de los desconocidos, se nos modela familiar y socialmente de tal manera que estemos lo más «seguros posibles» haciendo lo «correcto» sinónimo de «lo que todo el mundo hace», lo cual nos garantiza la aceptación social y en algunos casos el afecto.
A lo largo de nuestra vida vamos desarrollando emociones, experiencias, conocimientos, hábitos y rutinas que se convierten en nuestra zona de confort, de la cual es no es fácil salir, aunque no nos genere satisfacción, ni felicidad, pero es lo que sabemos y conocemos, estamos habituados, lo demás se percibe como peligro potencial, apareciendo el miedo a lo desconocido, a perder lo que tenemos o lo que somos, presente con frecuencia en quienes están pensando iniciar una nueva vida en otro país lejos de su entorno, de su familia.
La realidad es que nunca perdemos lo que lo que somos, lo que sucede es que cambiamos si nos atrevemos a dar el paso, crecemos como personas, generamos nuevas amistades o relaciones, aprendemos nuevos idiomas, desarrollamos nuevas habilidades, nos sorprendemos siendo capaces de hacer cosas que no nos habíamos imaginado ampliamos nuestra zona de confort y nos deshacemos o modificamos hábitos, costumbres y relaciones que no nos permitían desarrollarnos plenamente.
Esto no quiere decir que el camino sea fácil, o que no nos atemorice el proceso, que sea corto o la solución rápida, que no tengamos días malos, si confiamos en nosotros mismos, tenemos claros nuestros objetivos, trabajamos en ello, mantenemos la motivación y persistimos los alcanzaremos, fortaleceremos nuestra confianza y por ende nuestro bienestar.
Migrar nos pone a prueba, nos remueve emocionalmente, lo cual es normal y necesario, requiere un periodo de ajuste y adaptación, es un cambio masivo a nivel emocional, en el sentido, de que afecta a todas las esferas de nuestra vida (aprender normas distintas, aprender o hablar otra lengua, vivir solo/a, separarte de la familia, cambiar de comida, de paisajes, de horarios y costumbres, trabajar en cosas diferentes a tu cualificación, etc), lleva un tiempo asentarnos, integrarnos en el nuevo entorno, aceptar lo que se deja atrás y reconocer o dar lugar a lo nuevo.
¿Cuánto tiempo se tarda en adaptarse/integrarse?
El tiempo dependerá de lo favorables que sean las condiciones (económicas, legales, sociales) en las que migra cada persona, de sus características y habilidades personales, si domina o no la lengua y de si cuenta o accede a redes de apoyo social (grupos de ex-pats, amigos, paisanos o familiares que viven en la misma ciudad, Españoles en….). En ocasiones hay personas a las que les cuesta más trabajo adaptarse e integrarse de forma satisfactoria, lo que puede estar ocasionado por situaciones que han vivido, duelos no resueltos y se quedan bloqueadas emocionalmente, viviendo y sintiendo la migración como un sufrimiento, en estos casos puede ser de mucha ayuda contar con un apoyo profesional que les permita identificar lo que les sucede, ayudarles a encontrar los caminos de salida para puedan superar ese bache y salir fortalecidas de la experiencia.
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Artículo escrito por Diana M. Vilar
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